martes, 28 de octubre de 2008

DEMIAN


Como casi todos los padres, tampoco los míos colaboraron en el despertarde los instintos vitales, de los que nunca se hablaba. Sólo colaboraban con un cuidadoinfatigable en mis esfuerzos desesperados por negar la realidad y seguir viviendo en unmundo infantil, que cada día era más irreal y más falso. No sé si los padres puedenhacer mucho en estos casos, y no hago a los míos ningún reproche. Acabar con miproblema y encontrar mi camino era sólo cosa mía; y yo no actué bien, como la mayoríade los bien educados.

Todos los hombres pasan por estas dificultades. Para el hombre medio es éste elpunto en que las exigencias de su propia vida entran en colisión dramática con lascircunstancias, el punto en que tiene que luchar más duramente por alcanzar el caminoque conduce hacia adelante. Muchos viven tal morir y renacer, que es nuestro destino,sólo en ese momento de su vida en que el mundo infantil se resquebraja y se derrumbalentamente, cuando todo lo que amamos nos abandona y, de pronto, sentimos lasoledad y la frialdad mortal del universo que nos rodea. Muchos se estrellan parasiempre en este escollo y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a unpasado irrecuperable, al sueño del paraíso perdido, que es el peor y más nefasto detodos los sueños.

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